El empoderamiento y el poderío de las mujeres
El empoderamiento está enmarcado en la perspectiva política y en la tradición
histórica de la emancipación y la liberación , y su sentido es la constitución de
las mujeres en sujetas. La emancipación, en sentido estricto significa la liberación
de la patria potestad, de la tutela y de la servidumbre . Y, para las mujeres,
la transformación en sujetas pasa por tener autonomía y eliminar toda forma
de servidumbre que ha marcado la condición opresiva.
Por eso, impulsar el empoderamiento de las mujeres en su proceso de emancipación
es una de las aspiraciones más insistentes y un eje prioritario de las
acciones políticas en las últimas décadas. Por su propia voluntad, las mujeres
determinan salir de la inferiorización, la sujeción, la tutela, el sometimiento y
la colonización de género, mecanismos políticos que reproducen su opresión
integral. El empoderamiento contiene las acciones concretas y los recursos
para lograrlo en primera persona y en la propia vida.
El poderío es el capital político vital generado en procesos de apropiación de los
dones del mundo y de empoderamiento. Está formado por los poderes vitales
de cada mujer, constituye su subjetividad y su identidad, y se manifiesta y
actúa al vivir. Los grupos de mujeres los movimientos y las instituciones también
generan y acumulan poderes vitales, tienen poderío que se concreta en sus
mentalidades y en su incidencia.
El empoderamiento es un camino efectivo y sólido de las mujeres que conduce
a la salida y la eliminación de sus cautiverios que las enajenan personalmente
y como género. En ese camino encuentran un sin fin de obstáculos, impedimentos
y hostilidad. Las dificultades vitales de las mujeres y la fragilidad
política son atribuibles a los embates externos, a las dificultades emergentes, a
la virulencia con que son tratadas quienes desafían al orden y avanzan personalmente
o a través de sus movimientos y luchas. Los ataques, descalificación,
calumnia, traición, falta de escucha o disminución, hacen mella, dañan o debilitan
a quien las recibe.
La fragilidad en las mujeres y los movimientos se debe, también, a los bajos
rendimientos, las ganancias disminuidas y los ralos beneficios obtenidos en
comparación con la inversión vital, el esfuerzo, la energía, los aportes y los
costos implicados. En ese camino, muchas mujeres se retraen, abandonan sus
objetivos, se adaptan a condiciones inaceptables, muchas se resignan, alentadas
por las más variadas ideologías del conformismo social y personal. Sufren
una derrota vital. Las que persisten lo hacen sujetas a tensiones desgastantes
incluso las que se derivan de resolver sus conflictos, mejorar su situación vital,
ser solidarias o participar civil y políticamente con pasión.
¿De dónde surge el empoderamiento?
En la tradición moderna ha habido dos grandes tendencias que en ocasiones
se funden y en otros momentos se distinguen y se apartan. Una que asocia la
emancipación y la liberación de las mujeres a la emancipación social y otra
que además y de manera prioritaria coloca la emancipación como un proceso
personal y colectivo de empoderamiento de las mujeres.
En la primera vía, la emancipación y la liberación de las mujeres se asocian
generalmente a una clase (la clase obrera, el proletariado); a un bloque de clases
(la alianza de la clase obrera, el campesinado y la pequeña burguesía); pero
también a un pueblo elegido o marcado por algo el Islam, los judíos, los pueblos
indígenas, un país (frente a la dominación extranjera a través de luchas
de liberación nacional). Todas esas luchas cuentan con el consenso que surge
cuando sus participantes les atribuyen un sentido abarcador de justicia social
en que verán resueltos todos sus oprobios. Y, en virtud de que las mujeres pertenecen
a clases, grupos y categorías, a etnias, a culturas y a países que son la
entidad nombrada, se sienten interpeladas en la totalidad de su drama vital.
La idealización revolucionaria fortalece esas convicciones de solución total,
como la salida inmediata de todo lo que daña, duele, hace sufrir, y como la
satisfacción de todas las necesidades. En cada lucha, cada quien coloca todos
sus anhelos y quienes enuncian el discurso político lo hacen de manera estereotipada
y abstracta de tal manera que cada quien puede colocarse y sentirse
interpelada aunque sea omitida en su condición de mujer.
La naturalización ideológica de la condición de género contribuye a que aún
omitida no se le considere necesaria. No hace falta enunciarla si dicha condición
esta muy devaluada. Las mujeres superan su sentimiento de inferioridad
genérica, como mujeres, y se enorgullecen de su pertenencia a otras categorías
en las que comparten el espacio político e ideológico discursivo con los
hombres. Las categorías del sujeto, el sujeto de la emancipación. En ese lugar
simbólico sus anhelos como mujeres hallarán respuesta.
En la actualidad, en diversos movimientos sociales y políticos, incluso estatales
e internacionales, las mujeres pueden ser nombradas y ese hecho discursivo
eleva su estima de género por sí mismo, las estimula a la participación y a
sentirse consideradas, aunque los contenidos de la movilización no contengan
propuesta, acciones o una perspectiva transformadora de género.
Así, se supone que la emancipación de las mujeres se dará como parte de una
emancipación de clase, étnica, religiosa, nacional o internacional, comunitaria
o global, o se dará en procesos que atraviesan todas esas categorías y ocurrirá
por medio de cambios culturales modernos. Los ideólogos, los dirigentes y
los líderes políticos colocan sus valores en términos abstractos, neutros y morales
como legítimamente universales y capaces por ellos mismos de mejorar
el mundo.
La trampa ideológica es evidente cuando además algunos homologan modernidad,
mundo libre y occidente, es decir encierran la modernidad pretendidamente
universal, en territorios, tradiciones, identidades y en una
geografía política estrecha y limitante. Y cuando otros reivindican para
las mujeres su propia definición y su propio ascendiente, y, la opresión de
género, los modos de vida, las identidades, los deberes y las prohibiciones
aparecen como parte de la identidad tradicional, la propia, la que defienden
de los enemigos, los dominadores.
Para las mujeres es muy complicado asimilar los valores de la modernidad
con su progreso porque implica por sí mismo un cambio cultural radical y por
ende, difícil y esforzado. Pero si además se asocian - ideológica, política, económica
y militarmente- los valores y la perspectiva de su progreso con los otros
opresores - ideológicos, religiosos, económicos, políticos o militares -, asumir la
propia emancipación de género, significa una traición política inaceptable a los
otros próximos, a la propia cultura y a la propia identidad.
Millones de mujeres en la historia moderna han participado en la vía de
la emancipación social a través de otras dimensiones de su identidad. Las
ideologías que acompañan esta opción son variadas desde la idea de que las
diferencias de género no deben ser motivo para desunir la unión del pueblo,
la etnia, la clase hasta aquellas del enemigo común, por ejemplo, en los movimientos
actuales antiglobalización o antineoliberalismo, antioccidentales o
antiterrorista. Ha sido muy socorrida la ideología de que la problemático de
género es una contradicción secundaria, menor y postergable, y encontrará su
solución tras la emancipación general que sí es esencial.
En esta vía se encuentran, generalmente, acciones políticas y formas de organización
y participación acompañadas de identidades políticas de oposición:
anti sistema, anti orden imperante, con mentalidades conspirativas y tendencias
contestarias de rebeldía o subversivas.
Muchas de ellas han estado ligadas a procesos de emancipación popular, a las
grandes revoluciones, desde la francesa y la estadounidense, hasta las revoluciones
y guerras de insurrección nacional del siglo XX como la mexicana,
la vietnamita, la cubana, la nicaragüense, la salvadoreña. En la guerra civil
española o la revolución de los claveles en Portugal. También han participado
en movimientos sociales como la lucha por los derechos civiles de los negros
en los Estados Unidos o los movimientos juveniles y estudiantiles emblemá-
ticos de los 60´s, o movimientos por la democracia electoral como en México,
Perú, Venezuela y otros países de América Latina., o los movimientos por la
democracia y la paz como en Palestina.
Las mujeres han estado presentes en todas las revoluciones sociales de inspiración
socialista y comunista, incluso la revolución soviética, aunque en ella
se gestó un proceso de formación de conciencia específica de las mujeres y su
organización dentro de la revolución. Y no sólo ha ocurrido en las revoluciones.
En la actualidad, organizaciones, movimientos y partidos que provienen de esa tradición de las izquierdas con todo y las rupturas, las renovaciones y
los cambios, tras el antiestalinismo el antiautoritarismo y la caída del muro
de Berlín. No olvidemos el costo histórico de la creencia dogmática en la legitimidad
de las dictaduras de clase, de nacionalidad y de género como vías
de transición socialista y de satisfacción de las necesidades de las mayorías. Y
el sacrificio y la represión de los intereses particulares - de tradición, etnicidad,
clase y género, la omisión de los estadios de desarrollo y de especificidad
cultural, además de la supresión de la diversidad política -, que implicó la vía
autoritaria clasista en la construcción del socialismo.
En efecto, la participación tan distinta de las mujeres en esos y otros procesos
les permitió avanzar pero al negar subsumir o no encontrar como ponderar
su condición de género se mimetizaron ideológicamente a los hombres o sólo
relevaron algunos aspectos de su condición específica como asunto y materia
de la política del nuevo orden, de la nueva sociedad.
Sin embargo, los avances de las mujeres se han dado en esos procesos y, al
mismo tiempo ningún proceso político habría tenido éxito sin la participación
de las mujeres. Pero generalmente las ideologías de la revolución o de
los procesos democratizadores o pacifistas cuando logran sus objetivos y se
colocan en la esfera del poder político afirman que en la nueva sociedad o en
la nueva situación, la igualdad ya ha sido lograda y lo prueban por la amplia
(relativa) participación de las mujeres en ellos, de lo cual se enorgullecen y se
autovaloran como progresistas comparados con el viejo orden o con sociedades
cuyo régimen o economía corresponden con la que han dejado atrás o tienen
una cultura y una tradición diferente. Consideran que por ello, las mujeres no
tienen causa específica.
Al terminar la insurrección civil o militar, al término del proceso, se acabó
toda legitimidad de lucha de las mujeres y no tiene cabida además una lucha
específica de género porque sería divisionista, debilitadora y traicionaría los
intereses colectivos, los intereses del pueblo, del nuevo orden, del mundo libre,
o de cualquier identidad política enarbolada. El nuevo orden requiere apoyo,
sustento, trabajo adhesión y no hay lugar para la causa de género democrática
de las mujeres. No se entiende que aún en sociedades democráticas y desarrolladas y, a pesar de los avances, las mujeres no están en igualdad y no son
sujetas de desarrollo pleno.
El empoderamiento
La otra vía es la que hoy llamamos empoderamiento y se trata de la emancipación
de las mujeres siempre. No necesariamente en fases revolucionarias,
de insurrección o de luchas populares y sociales importantes. Pero sí como
parte de ellas. Como esta vía de emancipación y liberación se centra en el
empoderamiento la tesis política consiste en considerar que en las sociedades
modernas que asumen los principios de la modernidad es posible, aunque sea
dificilísimo, lograr el empoderamiento de algunas mujeres y ampliarlo, lograr
el empoderamiento de cada una en algunos aspectos y ampliarlos al resto de
la persona.
Como la construcción de poderes a través del empoderamiento es personal y
social, implica necesariamente, la transformación de la sociedad, el Estado y
la cultura. Que, la clave del empoderamiento es la construcción que consolida
condiciones, recursos y bienes para el desarrollo moderno de las mujeres y su
sustento por parte de la sociedad, el Estado y la cultura.
Esta vía ha sido la predominante en las luchas de las mujeres en la segunda
parte del siglo XX. Y no es casual tras el cierre del ciclo insurreccional y revolucionario
y las magras transformaciones logradas por las mujeres en la primera
vía. A partir de la experiencia, se ha ido consolidando esta segunda vía que
tiene una doble ventaja que es ya un producto político: obliga a la autonomía
política de las mujeres que siempre pueden luchar por sus avances de género
sin esperar que otros sujetos sociales se coloquen en vías de emancipación y sin
depender de su aprobación.
Es importante también que el empoderamiento no requiere condiciones revolucionarias
puede darse aún bajo regímenes autoritarios y en condiciones
y mentalidades sociales ambivalentes hacia la emancipación de las mujeres.
Tampoco requiere que toda la sociedad o los grupos mayoritarios o las clases
o pueblos que sí se consideran encarnación del sujeto, logren sus fines de
transformación, el empoderamiento de las mujeres sucede aún en situaciones
calmas y, como sucede tanto en lo privado como en lo público, como se da
silenciosa o ruidosa y visiblemente, en apariencia cuando no sucede nada, sucede
todo, y, a aveces cuando hay manifestaciones públicas visibles pero con
poca incidencia sucede menos.
El empoderamiento de las mujeres se ha dado en procesos de democratización.
Es más ha sido parte sustantiva de la construcción de las democracias que
están vigentes. Y no se habrían desarrollado en la ampliación de derechos,
ciudadanía y participación y gobernabilidad si no se hubiera dado en su seno
el empoderamiento por la fuerza y la lucha de las mujeres. Porque hay que
recordar que aún en procesos democráticos se escatiman los derechos y sobre
todo los poderes a las mujeres.
Se avanza más cuando hay una emergencia social ampliada de diversos sujetos
y movimientos que abren espacios, transforman relaciones, inciden en la
democratización del desarrollo. Siempre y cuando tengan o desarrollen en
el proceso, en la convivencia política con las mujeres, las organizaciones de
mujeres y feministas, una política equitativa y paritaria de género. De no ser
así, es posible que las mujeres participen en procesos políticos amplios y no
avancen un ápice en la satisfacción de sus necesidades o en sus intereses de
género de transformación del mundo.
Por eso, mujeres de manera personal y movimientos de mujeres a nivel social
conciben al empoderamiento como una necesidad. Llegan a esa conclusión tras
experiencias de participación que no colman el anhelo de fortaleza política
personal y colectiva. Ideologías diversas sobrestiman y sobrevaloran la participación
social y política, las actividades laborales y educativas y otras más,
como fuente automática de esa fortaleza.
En contraste, a pesar de ser protagonistas de procesos de emancipación social
y de acceder a espacios de poder o al ejercicio de poderes, muchas mujeres no
tienen mayor fuerza social ni personal. Enfrentan obstáculos, hostilidades,
conflictos, y lo hacen con firmeza, sin embargo, no pueden traspasar limitaciones
y obstáculos en su vida y sus relaciones personales. Otras más, visiblemente
seguras y asertivas en sus relaciones familiares, en crisis y conflictos
íntimos, no encuentran fuerzas para resolver situaciones conflictivas o trato
duro y hostil en su trabajo, su escuela, su organización civil, su partido, su
iglesia, o en momentos concretos de los movimientos en que participan.
La experiencia política es contradictoria de diversas maneras para las mujeres.
Al arribar a espacios de poder institucionales, sociales, económicos, académicos,
de comunicación, políticos y artísticos, algunas no tienen el éxito esperado.
A pesar de adquirir recursos y bienes y acceder a oportunidades, no
tienen capacidad para sustentar lo conseguido y lo pierden. Muchas mujeres experimentan al mismo tiempo goce y placer por sus avances, pero también
sentimientos de culpa por la rebeldía, la desobediencia o la subversión. Sobre
la conciencia de las mujeres pesan la deslealtad hacia lo establecido, precisamente,
hacia lo que quieren superar. Sienten temor de perder vínculos y
relaciones que les son importantes. Y eso no es casual.
Las ideologías misóginas que atacan la participación de las mujeres contienen
afirmaciones sobre la inminencia de la pérdida del paraíso si las mujeres osan
desafiar su destino femenino y hacen mella en momentos críticos o en situaciones
de controversia personal con sus otros próximos. La acusación de abandono
de su deber, su casa, su familia o su pareja es una amenaza constante reforzada
por chantajes, objeciones y conflictos íntimos englobados por la tenaz
crítica social. Sucede también que cuando las mujeres adquieren conciencia de
género y participan en el movimiento de mujeres o argumentan a favor de las
mujeres, sostienen sus ideas y se apoyan en feministas, son miradas con recelo,
desconfianza y reprobación. La desidentificación con las ideologías de origen
y con sus compañeras y compañeros de causa, las convierte en peligrosas antagonistas
a pesar de que ellas mismas no antagonicen.
Lo notable es que, a pesar de esas preocupaciones, muchas mujeres, entre
conflictos internos y conflictos íntimos y afectivos, con enormes dudas
y temores, se sobreponen y continúan con su participación. Por eso, los
esfuerzos por el empoderamiento como acción política, contiene el fortalecimiento
de su autoestima, de su conciencia y la afirmación de sus anhelos
y su sentido de la vida frente a las voces de los otros próximos que quisieran
retrotraerlas y silenciarlas.
Las mujeres deben seguir su vida y convivir con quienes además de tener una
experiencia distinta, específica, no han hecho un proceso de transformación
subjetiva y mental comparable, no manejan sus argumentos, no tienen el mismo
punto de vista, pero están vitalmente implicados con ellas. Y, como al
mostrar su simpatía por valores asociados al feminismo, de inmediato se convierten
en blanco de ataques, quiéranlo o no, las mujeres adquieren un plus de
recepción de hostilidad. Irritan por lo que piensan, dicen o hacen y sobre todo,
por su descolocación del control, la sujeción y la supremacía de otros.
Por eso, precisan fortalecer su propia subjetividad, su confianza en ellas mismas,
su derecho a pensar de manera independiente y diferente. Aprender a ser
disidentes con actitud afirmada no victimizada. Ser disidentes que se atreven y
no se ponen en riesgo.
La dimensión práctica del empoderamiento es lograr que las mujeres no flaqueen,
no sean víctimas de chantaje y de hostilidad emocional o ideológica,
no se expongan a la violencia, aprendan a protegerse y evitarla, y que al enfrentar
los retos no sólo se mantengan, sino que profundicen y avancen en sus
convicciones y sus nuevos objetivos. Los otros próximos, defensores del orden
simbólico las desubican y las hostilizan porque esa es su forma de trato, se
sienten amenazados y desplazados, o pierden servicios, dominio y emanados
de su relación con las mujeres. A nombre de lo más retrógrado del mundo los
otros próximos obstaculizan la participación política y el avance de las mujeres,
sean o no concientes de ello.
Las mujeres son ambivalentes con los otros próximos por sus vínculos amorosos,
eróticos, familiares, de amistad, compañerismo o afinidades diversas. Ellas y
ellos encarnan de manera paradójica, lo más íntimo y entrañable, las conexiones
y los vínculos vitales, pero, con su necesidad, concretan al mundo y su
hegemonía sobre las mujeres, en un cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad,
sólo en apariencia emanado de la relación misma.
Cantidad de mujeres antes de salir de su casa a actividades de participación
civil y política, deben dejar la comida preparada, la casa arreglada y realizadas
sus tareas domésticas. A pesar de hacerlo son recriminadas por su pareja, sus
familiares, el vecindario y las amistades, por su ausencia y por hacer algo subversivo.
Les recriminan si se tardan más de lo previsto, si llegan tarde, si salen
por la noche o en fines de semana, lo que es frecuente porque las actividades
políticas son extra domésticas y extra laborales o educativas. Los otros próximos
reaccionan con coraje y les cobran a las mujeres su atrevimiento con pleitos,
recriminaciones e incluso con violencia. Hay sitios en que la salida material del
cautiverio es castigada con la muerte.
Aún mujeres con recursos y avances visibles en ámbitos públicos conocidas por
sus acciones de cambio o mejoramiento social, modifican relaciones y obtienen
logros concretos, parecen intocadas en su subjetividad cincelada por valores
contrarios a su avance y, a pesar de sus éxitos, resienten una baja autoestima.
El proceso no modifica su estado personal y no haya mejoría. A pesar de ser
muy capaces en ciertos ámbitos de su vida, en otros reiteran fórmulas que
las mantienen bajo violencia o sujeción. Muchas experimentan sentimientos
de gran incapacidad para sostener con fuerza lo alcanzado o para defenderlo
frente a los otros próximos, las instituciones o el propio movimiento. Los avances
no son suficientes para desarticular la impotencia aprendida. Otras más actúan con gran omnipotencia y las experiencias no redundan en una visión
más cercana a sus posibilidades, fantasean y se exponen innecesariamente.
Mujeres con un gran aplomo para enfrentar situaciones difíciles y complejas,
padecen de timidez y de otras formas de inseguridad y desconfianza ante
hechos mínimos en los que están en juego los sobrepoderes y la supremacía
de los otros próximos.
Es tal el derecho de todos a enseñorearse en la vida de las mujeres, que es
común observar a dirigentas populares capaces de enfrentar con éxito formas
represivas de las autoridades o situaciones de precariedad, rendirse ante hijos
adolescentes o madres y padres que las tiranizan. Es común la experiencia de
luchadoras sociales lastimadas por el desamor de maridos o amantes machistas
irrespetuosos y desleales; dirigentas estudiantiles presionadas por sus padres
en asuntos de su intimidad, legisladoras capaces de ganar procesos legislativos
aún en minoría, contrariadas por problemas familiares múltiples en los que, el
valor de su actividad política y profesional queda descalificada y es considerada
por sus otros próximos, como la causa de todos los males.
Los poderes vitales construidos o generados por muchas mujeres a través de la
experiencia no se convierten en recurso pedagógico de aprendizaje. No permean
la propia subjetividad y se crea una fragilidad específica en quien ha osado,
se expone y luego no tiene como proteger su obra, su creación, sus bienes y
su mundo, ni su persona evidenciada. Lo mismo sucede en las organizaciones,
instituciones o movimientos de mujeres, pareciera que logros y adelantos
construidos en las instituciones, las leyes, la aplicación de la justicia, o la política,
no permean con suficiencia a sus autoras y no contribuyen de manera
satisfactoria a su fortalecimiento y su autovaloración.
¿Qué es empoderarse?
Sin embargo, otras mujeres y, en ocasiones las mismas, incorporan su experiencia
y sus avances como parte de ellas mismas y se transforman: cambia su
subjetividad, amplían su visión del mundo y de la vida, aumentan sus capacidades
y habilidades y su incidencia, adquieren seguridad y fortaleza, es decir,
un conjunto de poderes vitales generalizados al internalizar su potencia vital.
Se empoderan.
La conexión entre los procesos personales y colectivos puede ser directa o
indirecta, pero es interactiva y se va sedimentando en su vida y su ámbito social
y cultural. En cada situación, el empoderamiento de las mujeres se expande a través del tejido social por clase, grupos nacionales, étnicos o religiosos,
ideológicos, políticos o culturales. Y se concreta por círculos particulares en
zonas geopolíticas, ámbitos comunitarios rurales y urbanos, por barrios y
pueblos, por generaciones, genealogías y familias, parejas, grupos sociales de
amistad, políticos y culturales.
El empoderamiento se concreta asimismo, en condiciones educativas y de los
ámbitos educativos, laborales y de los espacios, ramas, tipos de trabajo y ámbitos
laborales. Se concreta por edad y periodo de la vida, y por condiciones sociales.
Se concreta también, debido a la capacidad previa, presente en cantidad de
mujeres, de apropiarse de la más mínima señal de oportunidad o realización e
integrarla a su personalidad, a su manera de ser y a su autopercepción.
El empoderamiento no permea ciertos ejes vitales mientras que se concentra
en otros que pueden ser decisivos. Así, hay mujeres cuyo empoderamiento
les permite salir de una relación enajenante, resolver algún conflicto familiar,
decidirse a continuar sus estudios, atender padecimientos y malestares,
cambiar de régimen de vida, adquirir bienes, migrar, tener o no tener más
criaturas, emprender un negocio, atreverse a algo hasta entonces imposible,
vencer temores o impotencias, además de tener logros específicos ligados a
las acciones emprendidas.
Los poderes vitales generados, pueden acumularse e interactuar entre ellos, sin
embargo, tienen distintos grados de consolidación social y personal y pueden
decaer, sufrir daños y perderse o constituirse en parte de cada mujer, de la comunidad,
o de los espacios y las estructuras sociales, por transferencia de ella
misma o por reconocimiento que le hace la comunidad.
Para apreciar el empoderamiento no basta con relacionar procesos de transformación
de poderes, con el costo personal y social invertidos, una parte del
cual ya lo sabemos, no es retribuido y suponer que mujeres que enfrentan el
poder de dominio son valientes, fuertes, capaces de eso y más. Esa interpretación
simplifica lo que sucede. Es preciso ponderar que los hechos emancipatorios
involucran a mujeres cuya posición de género es de desigualdad y a
grupos y movimientos sociales de mujeres en desigualdad política de género.
Sólo desde esta perspectiva es evidente el sobre-esfuerzo político que implica
vivir bajo opresión y además intentar salir de ella. Ahí se enmarca esta problemática
política.
Más allá de la fantasía que asimila los pasos emancipatorios a la emancipación, las mujeres son desoídas, atacadas, agredidas o tratadas con subterfugios, intentos de seducción o coptación y manipulación. La violencia se despliega contra ellas aún cuando otros recursos de control no se hayan agotado. Algo falta en algunos procesos y está presente en otros en los que las mujeres salen del proceso fortalecidas, y no sólo cuando ganan o avanzan de manera visible, sino que se fortalecen a pesar de no haber obtenido todas sus objetivos, al enfrentar hostilidad o vivir situaciones riesgosas. Tras una crisis, un problema, una pérdida, un daño, una catástrofe, un reto o un conflicto de importancia vital, mujeres en lo personal o movimientos sociales y grupos que luchan por la legislación, por la defensa y los derechos de las mujeres o para avanzar en posiciones políticas de género, se refuerzan y consolidan. Lo que sucede a esas mujeres y organizaciones o movimientos es que en el proceso se empoderaron al enfrentar un desafío vital. De manera independiente de los triunfos crearon un plus de experiencia, un plus de conocimientos, un plus de vínculos sociales o afectivos, un plus de autovaloración y autoestima, y además, poderes de reconocimiento, de visibilización, de interlocución, negociación o pacto, poderes para transformar, para incidir y lograr la consecución de objetivos. Ese plus es un poder vital agregado. Enfrentar la experiencia no sólo las conmueve y las moviliza, además impacta, de manera puntual, su subjetividad a través del aprendizaje, la invención de opciones, la imaginación y la creación de nuevas experiencias. Así, fortalecerse, aprender, imaginar, inventar y crear son poderes vitales específicos generados frente a los desafíos vitales. Todas ellas son características subjetivas producto del empoderamiento y además lo propician. Subjetividad y empoderamiento Pero el empoderamiento consiste también en la apropiación personal y colectiva de los poderes vitales creados, o de recursos vitales que se integran no sólo a inmediatez, sino a la subjetividad en varios planos de la conciencia y las dimensiones más profundas de la mente: el inconciente y la afectividad e impactan y transforman la identidad. Para que eso suceda, la propia subjetividad es tocada por la experiencia, no permanece enajenada, se convulsiona y se producen fisuras en su configuración o en su estructura. Del desajuste, se pasa a la experiencia y sólo si se entra en un proceso de aprendizaje, ésta se convierte en insumo teórico y ético propio, en una nueva capacidad para mirar y develar, para desaprender, interpretar y comprender. La experiencia se extiende a la dimensión afectiva de la subjetividad y se conmueven los sentimientos y la afectividad en su conjunto, y se producen fisuras e inestabilidad no sólo intelectual y racional, sino afectiva. Al mismo tiempo se generan nuevas experiencias emocionales, formas de sentir, nuevos afectos y se reconfigura la afectividad con lo aprendido. La experiencia intelectual y afectiva confronta a cada mujer en lo personal, a la organización o al movimiento y, por incomodidad, por contradicción, por escisión vital, se produce una conmoción que conduce a un nuevo estado de la conciencia, ampliado, profundo, de mayor alcance. Cambia la concepción del mundo y de la vida, de los otros, de sí misma y en los movimientos cambian las concepciones que los inspiran, surgen nuevas necesidades y formas más complejas de análisis. Es decir, se interioriza, se internaliza lo vivido o lo descubierto y eso marca la subjetividad. Así, cada mujer y cada colectivo se apropian de lo vivido, se empodera. La experiencia y el mundo no les son ajenos. Esa apropiación subjetiva conlleva transformaciones ideológicas con la reafirmación de vagas intuiciones, de ideas o afectos reprimidos que, adquieren legitimidad a través de la experiencia política. Se eliminan mecanismos de desvalorización y se produce autoridad propia: el poder vital de autoridad. El empoderamiento tiene en la experiencia de legitimidad uno de sus ejes fundamentales. Cada mujer, grupo o movimiento se legitima aunque no sea por aprobación externa, sino que se otorga legitimidad y se autoriza. El poder vital que se crea en esa experiencia es la autoridad propia sin necesidad de reconocimiento externo. Lograr todo ello implica flexibilidad de estructuras mentales, intelectuales y afectivas, liberación de libido y erotización de la experiencia, apertura a lo desconocido y a lo diferente, disminución del miedo, aceptación de pérdida identitaria referida a lo que se era antes, todo lo cual conduce a cambios en las concepciones del mundo y de la vida y en la propia identidad. En síntesis, la experiencia impacta la subjetividad con cambios profundos y trastocadores de las concepciones e interpretaciones del mundo y de la vida, los valores, las creencias, la moralidad, la afectividad. Cambia la posición personal de cada cual en su autopercepción. Aquello de lo que se dudaba se legitima y se adquiere internamente el derecho a, y esa autoridad se convierte en autoidentidad o identidad colectiva. Empoderarse es, en este sentido, el paso de cada mujer de ser objeto de la vida, la política, la cultura, y de los otros, a ser sujeta de la propia vida. Empoderarse es para las mujeres, como categoría social, ser sujetas sociales, económicas, jurídicas, judiciales, o políticas. Ser sujetas de la cultura significa pensar y sentir legitimidad para, nombrar, decir, comunicar, actuar, experimentar, tener derecho a... Darse la autoridad y confiar en la capacidad de lograrlo. La autoridad se produce cuando se genera autoconfianza y seguridad subjetiva y hay una aceptación de ser legítima para... Por eso, desde la perspectiva feminista, empoderarse es algo que le sucede a cada quien. Una se empodera, no la empoderan, una organización se empodera por la acción de sus miembras o un movimiento se empodera por obra y gracia de sus participantes. Nadie empodera a nadie. Sustentar el empoderamiento Sin embargo, es posible y necesario sostener personal, social, institucional, jurídicamente el empoderamiento personal o grupal de mujeres o movimientos. Una de las vías es lograr que las leyes avalen el avance de las mujeres y reconocen la legitimidad y la autoridad frente a la sociedad para dicho avance. Es más, son garantía de que aún quien no esté de acuerdo deba respetarlo. Se sustenta el empoderamiento también, en procesos pedagógicos implícitos en la crianza y la formación, educativos o políticos: quien enseña, la madre, la maestra, la dirigenta, la trabajadora o la empresaria experimentada, la colega solidaria, apoya el empoderamiento de su hija, alumna o compañera. Y a la inversa sucede también, cuando la hija, la alumna, la colega, en pos de la satisfacción de sus necesidades exige el desarrollo de habilidades, fortaleza y autoridad de su madre, maestra, socia o colega, y muestra, pedagógicamente, las propias. En ambos sentidos estamos ante procesos de empoderamiento que se potencian si la interacción tiene incidencia recíproca. La admiración de la otra de las otras juega un papel central como estímulo de la credibilidad. Mirar mujeres empoderadas permite sentir que es posible y constatar en ellas que realmente lo es hace suponer a quien observa, que ella también puede. Así, la prueba de la eficacia de la emancipación de género está en las mujeres empoderadas. Por simpatía, sus logros y los signos de poderes vitales implícitos en su identidad convocan a otras a mujeres a intentarlo. Como en estos procesos se compromete la autoestima de género, cuando fluye la afinidad entre las mujeres el empoderamiento de unas produce en otras mujeres orgullo por ella, por las otras, por nosotras. Empoderarse es un proceso de generación y acopio de poderes vitales que permiten independencia y autonomía (autosuficiencia), material, social, subjetiva (intelectual, afectiva) y ética. Cuando es personal se concreta en la individuación y, cuando es en grupos y movimientos, en conciencia de una identidad específica, en el desarrollo o la consolidación de una visión propia y en la legitimidad para actuar a nombre del movimiento o del grupo con autoridad. Para quienes han sido configuradas y mandatadas a vivir en dependencia vital, cada avance en la independencia implica el desarrollo de un poder vital para actuar por cuenta propia con autosuficiencia; contiene la conciencia de la independencia, su práctica y los recursos para lograrla. Sobre todo, los recursos internos necesarios para la independencia subjetiva. Y, sólo a través de la independencia y del desarrollo del derecho y la capacidad normativa se produce la autonomía. La independencia no basta para la autonomía. Una puede ser más o menos independiente apegada de manera relativa a interpretaciones laxas de las normas. Sin embargo, la autonomía, como dimensión del empoderamiento requiere la capacidad crítica e inventiva de generar y aprender una visión del mundo alternativa que sustente una nueva normatividad; requiere asimismo, concretarse en la propia existencia y en el mundo inmediato para convivir con nuevas normas que no coinciden con las hegemónicas. La autonomía es la capacidad de dotarse de normas propias en atención a una visión propia del mundo. Para el feminismo, pasa por la construcción de una eticidad propia, de actuar, vivir y relacionarnos acordes con otro sistema valorativo creado para desmantelar la moral patriarcal rectora de la propia vida, de la vida social y de la política y como eje fundamental de la re-ubicación de cada mujer en su vida propia, de cada organización y movimiento, en su pequeño e inmediato entorno y más allá. Desde esta perspectiva, empoderarse es una recolocación política que ubica a las mujeres en una mejor posición personal o colectiva de género, acorde con la eliminación de la opresión en la propia vida, los movimientos y el mundo, y la creación de nuevas maneras, relaciones y valores. La autonomía puede ser apoyada, pero nadie puede sustituir a cada mujer, al grupo o movimiento, en su proceso autonómico que impacta su condición vital ¿Y la identidad? El empoderamiento implica la identidad y no sólo la subjetividad. Los poderes generados son internos y conforman un estado intelectual, sexual, erótico y afectivo, sino que pasan a formar parte de lo que es cada mujer y de su situación vital. Se convierten en atributos de la personalidad y de la identidad. Aún si cambian las condiciones externas, las relaciones y los otros próximos, esas características permanecen. No se definen por el trato en las relaciones políticas. La solidez de los atributos del empoderamiento se debe a que son el resultado de acciones y esfuerzos vitales por eliminar de la propia vida, hechos, relaciones y definiciones oprobiosas, así como por avanzar en el propio desarrollo. Por eso emergen características de la personalidad, reprimidas, ocultas, desconocidas o inéditas. En cada caso, se sedimentan cuando el impacto de la experiencia subjetiva es tan fuerte que deja huella en la conciencia de sí, en la autopercepción y la autoimagen. La reiteración de este tipo de experiencias acaba por instalarse. La mujer tocada por esos cambios no los vive como pasajeros y formales, sino perdurables y de contenido. No puede ser sino como es ahora, ya no sabe ser como era y además ya no quiere serlo. Es decir, el empoderamiento define y es definido por la voluntad, la afectividad y el discernimiento. Es una elección de identidad. La que no se percibía poderosa, de tanto ensayo, acaba por reconocer sus poderes y por definirse como poderosa, la que se creía pobre eterna al descubrir o crear recursos y riquezas va transformando su identidad de mujer carenciada en mujer con riqueza. Es común en los movimientos de mujeres que el que tenía todas las de perder descubre que avanzó, puede tener más logros y decide que avanza. Su identidad cambia. La organización de mujeres que se creía lo máximo, en cambio, descubre al participar, que otras organizaciones son eficaces y representativas, descubre sus propias ineficiencias y busca transformarse con una conciencia crítica sobre su quehacer e incidencia. Sus logros le permiten reconocer cualidades a otros grupos. Su identidad cambia al asumir sus poderes reales y deshechar su idealización. En ambos casos la organización se empoderó al afirmarse sobre bases más complejas y próximas a sus condiciones y su incidencia. En el empoderamiento personal y grupal, la conciencia y el cambio de la condición y la existencia distinguen a los poderes emancipatorios. La eticidad La dimensión ética personal del sentido de sí misma, y colectiva del sentido del nosotras, define el empoderamiento y hace la diferencia con otros procesos políticos. El sentido ético concerniente a empoderarse consiste en que los medios concuerdan con los fines y en aras de un objetivo no se reiteran experiencias sacrificiales, de abnegación, sumisión, obediencia y descuido de una misma o del colectivo. Por eso, los valores fundamentales que lo sustentan son la preservación de una misma y de nosotras, así como la protección y el cuidado en las experiencias vitales y las acciones políticas. La eticidad tiene un sentido filosófico de género. Es afín con los objetivos feministas de emancipación y bienestar, por ende el empoderamiento no consiste en construir derechos a costa de las organizaciones o de sus miembras, ni en que con fines personales antiopresivos, las mujeres se expongan a daños, pérdidas y violencias, descuiden su desarrollo, su salud y su estado vital o su manera de vivir. La mismidad El empoderamiento implica la ética del cuidado propio, la defensa, la protección, el desarrollo, el avance real, el enriquecimiento vital y su consolidación social. En este sentido, salir de la moral hegemónica y apropiarse de una ética de la mismidad, es uno de los grandes trances políticos personales y colectivos para las mujeres. La convocatoria hegemónica y el mandato de género a las mujeres que atraviesa diversas ideologías y posiciones políticas es vivir para sustentar la vida, el mejoramiento, el desarrollo y el bienestar de los otros. Dar el viraje hacia una misma, es para muchas mujeres, la operación más complicada y abarca mucho tiempo. Abandonar la moral sacrificial en la política de los movimientos de mujeres es el resultado de años de desgaste colectivo y personal de las activistas alentadas por diversas ideologías a sentir y creer que la causa es primero y requiere sacrificios y malas pasadas. Se infiere que la práctica política, al ser voluntaria y emancipatoria, legítimamente no contiene derechos y buenas condiciones, ni los requiere. Eso, vendrá después, con el triunfo. Incluso se ve mal a las activistas que demandan buenas condiciones en la militancia y la participación política. Las mismas incomprendidas aprecian valores supremos en la entrega, la abnegación, el servicio y la capacidad de las mujeres de no querer nada para ellas mismas. Es decir, su configuración valorativa es sincrética: su ética es moderna, por eso hacen política, pero se guían por una moral patriarcal. Así, aunque quieran cambiar el mundo no son concientes de la incoherencia valorativa en que incurren. La ideología personal y militante de la entrega hace estragos en las mujeres de las organizaciones y movimientos. Forma parte del estereotipo y la construcción subjetiva de las mujeres como ser-para-los-otros en lo personal y también en el activismo político. Con ella se articulan las contradicciones entre la esfera de la vida privada y la pública, la vida cotidiana y la militancia política, el uso del tiempo y los recursos vitales. La triple jornada y las dobles destrezas son condiciones que imprimen sentido a la experiencia política y llevan a las mujeres a modos de vida insoportables y a conflictos familiares o conyugales de quienes se oponen a su desarrollo personal o a su actividad a favor de la causa de las mujeres. La política requiere inversión y, además del tiempo, cuesta dinero a las mujeres. Es notable el subsidio que efectúan imbuidas de una moral discordante con su condición. Tras años de trabajo y de lucha por mejorar el mundo, un sin número de mujeres está tan pobre como antes de participar, dejó metas personales inconclusas o vio pasar oportunidades que no aprovechó. Mujeres que trabajan y cuidan a todos, que tras años de entrega a la causa, están descuidadas y no han utilizado ingresos, conocimientos y recursos en su mejoría personal. Concuerda con mujeres que han trabajado toda su vida y al divorciarse, son despojadas, o se percatan de que no guardaron nada para ellas, no ahorraron, lo dieron todo y se quedan sin nada. Mujeres que hacen política y trabajan por la salud de las mujeres, no procuran su salud, tienen malestares y padecimientos crónicos curables, están enfermas o envejecidas con precocidad, no se dan el derecho ni la ocasión de estar sanas, descansar y divertirse. La ideología sacrificial define su subjetividad y su moral: atenta contra su empoderamiento y más que estar frente a mujeres que cambian el mundo estamos ante mujeres que en su manera de vivir, reproducen su opresión. Corresponden más con estereotipos de renuncia, rigidez, obediencia y sufrimiento, que con mujeres que para cambiar el mundo necesitan desobedecer, romper trabas, atreverse y mejorar su vida. No muestran alegría de vivir ni goce, parecen obsesionadas y están atrapadas en su acción política. De ahí la importancia de la crítica emanada de las feministas a esta forma de participación y de práctica política. En el feminismo actual es un valor ético y político preservar la integridad, la seguridad y las condiciones de desarrollo de cada mujer e incrementarlas. Hacer de la política una experiencia creativa y placentera y benéfica. Esta eticidad implica un cambio en la tradición política, en contraste con otras épocas, y una diferencia política profunda. Por mimetismo, ideologías populistas, comunistas, socialistas, religiosas y revolucionarias de signo diverso, impregnaron los movimientos de mujeres y feministas. Prevalecieron prácticas y creencias antiliberales que anulaban la persona para favorecer a la causa, tenían como principio y valor la entrega desinteresada. Los estragos producidos por esa expropiación política de la persona, su vida privada, su derecho a la felicidad o al bienestar son incontables. Y aún perduran en algunas corrientes políticas en los movimientos de mujeres. Una especie de martirio cotidiano, es muestra de la contundencia del compromiso y la lealtad a la causa. Tras décadas de autocrítica y de impulsar deseos reprimidos, hoy están en la superficie los deseos de bienestar y gozar, de no sufrir y de mejorar. Este encuadre ético estructura el tipo de empoderamiento que impulsa el feminismo actual al valorar la participación sin demérito de otros intereses y necesidades, el trabajo visible y retribuido, las actividades que no ponen en riesgo a quienes las realizan, la búsqueda de éxito o avance. Por primera vez en la modernidad, empiezan a prevalecer en la política feminista, valores de avance, ganancia, placer y bienestar concordantes con el estado personal y colectivo para vivir mejor. Se debe también a la superación de ideologías que asocian la política con el riesgo y el malestar y a los grupos de mujeres con la entrega, la carencia y en actitud victimista. Dicha superación se ha logrado al ejercer la crítica y con ello generar un pensamiento propio derivado de anhelos y deseos de las mujeres. En él prevalecen la valoración de la individualidad y la autonomía como condiciones personales y colectivas. Con ello, se ha producido una verdadera ruptura con la política tradicional. En la actualidad ya no es contradictorio realizar acciones políticas por recursos para las mujeres y por derechos para las mujeres y realizarlas investidas de derechos o en exigencia de su reconocimiento y hacerlo además con los mejores recursos disponibles. El maltrato, la privación y la carencia ya no son más marca de fidelidad a la causa ni de firmeza políticaCon esa nueva conciencia, cantidad de activistas reconocen su insuficiente formación teórica, su falta de estudio y también de elaboración de las acciones que promueven. La falta de estudio no se debe sólo a la falta de tiempo, sino a la ideología pragmática que valora más la acción que la teoría. Este hecho impacta a las organizaciones, los movimientos y a la causa por la falta de conocimientos concretos y por la ignorancia de la complejidad interpretativa. Prevalece en esos casos un bajo nivel de elaboración y un sincretismo ideoló- gico lamentable, caracterizado por el sentido común permeado por creencias e ideas contrarias a los intereses reconocidos. Y, todo por ignorancia. Este antagonismo entre teoría y práctica incide en la oposición de las activistas y las teóricas, las militantes y las académicas, las universitarias y las populares. Impide la identificación positiva entre mujeres y la colaboración e interconexión de sus diferentes prácticas. Con todo, la creencia en que no se tiene tiempo encubre el desprecio por la formación y el antiintelectualismo, lo que preserva a las mujeres en la ignorancia tradicional. Por eso, en los últimos tiempos es creciente la crítica a la ignorancia en los movimientos de mujeres y la necesidad de formación. Esta autoconciencia de formación es parte del empoderamiento, recupera la valoración del conocimiento ilustrado que conduce a dotar de recursos teóricos, analíticos y de conocimientos a las mujeres, con ello se amplía la perspectiva política y se eleva la calidad de la participación.
Fuente; Capitulo II desde página N° 129; del libro "El feminismo en mi vida", Hitos, claves y topías de Marcela Lagarde y De los Ríos. Editado por el gobierno de la ciudad de México
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