Teoría O Donnell.
Para evitar cualquier malentendido, con quienes por este medio no coinciden por el solo hecho de NO COINCIDIR o no entiende el tema, quiero decirles q no dejen de leer una de las teorías de O Donnell. Aclarando que siempre prefiero las situaciones que se aproximen a la observancia real de las reglas formales de la poliarquía (democracia política) una ciudadanía que apruebe firmemente los procedimientos y valores democráticos, una aplicación imparcial de la ley en todos los entornos sociales y geográficos, y escasa desigualdad. Precisamente por esa preferencia es que traigo este material bibliográfico a colación y para la lectura de quienes jamás han leído sobre este autor, y en pos de defender la los instrumentos conceptuales y estudiar comparando el conjunto total de las poliarquías existentes. Es mediante un análisis positivo, no teleológico y ciertamente no etnocéntrico, de los principales rasgos de esas poliarquías, que los académicos podemos contribuir a su tan necesitado mejoramiento.
Según los criterios de Dahl, la poliarquía tiene siete atributos:
1) funcionarios electos;
2) elecciones libres y limpias;
3) sufragio universal;
4) derecho a ser candidato;
5) libertad de expresión;
6) información alternativa;
7) libre asociación.
Los primeros cuatro atributos denotan un aspecto básico de la poliarquía, las elecciones generales, limpias y de libre competencia.
Los atributos restantes nos remiten a las libertades políticas y sociales que son mínimamente necesarias, no solo durante sino también entre las elecciones, como un requisito para que éstas sean limpias y competitivas.
Esto es especialmente cierto en relación con las poliarquías institucionalizadas mas allá de que no nos guste y que muchas veces por eso pasamos por alto, o que no se parecen mucho (y algunas jamás se parecerán) a las «democracias consolidadas» según estos criterios.
Pero tenemos que comenzar por librarnos de algunas ilusiones.
La democracia, y en esto creo que todos acordamos, aun en la forma más bien modesta de la poliarquía, es ampliamente preferible al surtido de regímenes autoritarios que ella reemplazó. Fueron momentos de gran entusiasmo y esperanza, cuando estos autoritarios cayeron, las multitudes exigían la democracia y la opinión internacional las apoyaba.
La demanda de democracia tenía muchos significados, pero en todos los casos tenía un poderoso denominador común: «nunca más!»
Independientemente de cuán confusas, utópicas o limitadas fueran las ideas de algunos sobre la democracia, estaba claro que significaba librarse de una vez y para siempre de los déspotas. La democracia, aun si tenía tantos significados diferentes (o precisamente por eso), era la principal demanda aglutinante que había que alcanzar y conservar. Se sentía que de alguna manera aquella democracia pronto se asemejaría a la existente en los admirados países de Europa, admirados por sus regímenes muy duraderos y por su riqueza, y porque ambas cosas parecían ir juntas. Al igual que en tales países, la democracia se estabilizaría o consolidaría después de la transición.
Esa ilusión fue sumamente útil durante los tiempos duros e inciertos de la transición. Su remanente todavía es lo suficientemente fuerte como para hacer que la democracia y la consolidación sean términos poderosos, y por lo tanto pragmáticamente válidos, del discurso político
Sin embargo su fortaleza analítica es otra cosa.
Por otro lado, como los valores que inspiraron las demandas de democracia siguen siendo tan importantes como antes, debemos entonces fijar nuestra mirada en la calidad, en algunos casos más bien pobre y triste, de la vida social, que está entretejida con las actuaciones de varios tipos de poliarquía. Cómo mejorar esa calidad depende en parte de cuán realistamente comprendamos la situación pasada y presente de cada caso.
Es por eso que teniendo en cuenta estos requisitos podemos decir que aunque se conviva con reglas informales, como son el particularismo y el clientelismo (actitudes en que van en contra del bien publico) no nos dejan de lado en el nombramiento de poliarquías democráticas. Ya que casos como Japón, Italia e India por ejemplo, hay pruebas sobradas de estas acciones, y sin embargo varios autores las etiquetan como democracias consolidadas. En el caso de America latina, existen y son raíces profundas e históricas las dos costumbres antes mencionadas, pero institucionalmente están formalizadas por el poder político, no por eso dejamos de ser poliarquías.
El punto esta cuando se pone en duda el hecho de la institucionalización de las elecciones, como real herramienta de legitimidad de poder. Cuando tienen que venir veedores de afuera controlar nuestra elección, cuando cono en el caso de Venezuela se censura a la prensa. Me pregunto ¿estamos ante una poliarquía democráticamente institucionalizada? Mas allá de que prime el personalismo y que desde la teoría de la ciencia política la poliarquía es un régimen, ¿es el caso Chávez la paradoja de un nuevo paradigma que se deberá encuadrar en el ámbito de estudio de los académicos?
Por ultimo; el que muchas poliarquías estén institucionalizadas informalmente tiene consecuencias importantes. Quisiera destacar una que está muy relacionada con lo borroso de la frontera entre las esferas privada y pública: la rendición de cuentas, un aspecto crucial de las poliarquías formalmente institucionalizadas, tiene serios obstáculos. Claro está que la institucionalización de las elecciones significa que existe una rendición de cuenta electoral retrospectiva, y una prensa razonablemente libre y varios segmentos activos de la sociedad se encargan de que algunos actos atrozmente ilícitos del Gobierno se pongan al descubierto (aunque raras veces se castiguen). La poliarquía, aunque no esté formalmente institucionalizada, marca un enorme progreso en comparación con los regímenes autoritarios de cualquier clase.
En contraposición, en la mayoría de las nuevas poliarquías hay poca rendición de cuentas. Además, en muchas de ellas el Ejecutivo se esfuerza con ahínco, y muchas veces con éxito, en socavar
cualquier rendición de cuentas que pueda subsistir. La combinación de elecciones institucionalizadas, el particularismo como una institución política dominante y una gran brecha entre las reglas formales y la manera como funciona realmente la mayoría de las instituciones políticas, contribuye a una gran afinidad con nociones delegativas, no representativas, de autoridad política. Con esto me refiero a un Ejecutivo cesarista, plebiscitario, que una vez electo se considera facultado para gobernar el país como le parezca conveniente. Reforzadas por las urgencias de crisis socioeconómicas graves. Así las prácticas delegativas luchan de frente con la institucionalización formal; el Congreso, el Poder Judicial y varios organismos estatales de control se ven como obstáculos en el camino de un cumplimiento adecuado de las tareas que los electores delegaron al Ejecutivo. Los esfuerzos del Ejecutivo para debilitar esas instituciones, invadir su autoridad legal y disminuir su prestigio son un corolario lógico de ese enfoque. Por otra parte, tal como lo previno Max Weber, las instituciones despojadas de poder y responsabilidades reales tienden a actuar en formas que parecen confirmar las razones aducidas para ese desposeimiento. En los casos que nos conciernen aquí, el particularismo se vuelve aún más desenfrenado en el Congreso y en los partidos políticos, los tribunales ostensiblemente dejan de impartir justicia y las instancias de control se eliminan o quedan reducidas a la pasividad. Como conclusión en este contexto; se estimula un mayor debilitamiento de la autoridad establecida legalmente, vuelve aún más tenues las fronteras entre lo público y lo privado y crea enormes tentaciones de corrupción.
Autora Jaquelin Parada
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