La tradición islámica


La tradición islámica se refiere a la aspiración de las tribus litolátricas de la Arabia preislámica a una vida mejor.
Se admite la creencia en seres maléficos ultraterrenos, pero no permite vislumbrar la noción concreta de una vida futura o de la inmortalidad del alma. Se conocen algunas figuras privilegiadas del Hedjaz, anteriores a Mahoma, que profesaron un monoteísmo no identificable con el judío ni con el cristiano, que rechazaron las creencias y prácticas de sus contemporáneos, y que luego se mantuvieron apartadas de la renovación islámica. Se ha pensado que estas figuras se inspiraron en los gnósticos. La tradición les llama hanifs. De hecho, son precursores que preparan el ambiente para la labor sintetizadora de Mahoma, aunque luego disientan del profeta.
El Profeta del Islam, Mahoma o Muhammad, también llamado Ahmad en el Corán, nació “el lunes 9 del mes de Rabi-Awal” (20 de Abril del año 571 d. C.). Pertenecía a la familia de los hachemitas, de ascendencia aristocrática, pero de posición humilde. Su padre, Abdalláh, y su madre, Amina, fallecieron siendo él muy joven. Se desconoce la mayor parte de su niñez y juventud, en que la tradición islámica supone que realizó varios viajes, estableciendo contacto con monjes cristianos. Su abuelo, abd- al-Muttalib y al fallecer éste, su tío, Abu Talib, recogieron al muchacho huérfano y procuraron su educación, en parte junto a su primo Alí.
A los veinticinco años, cuando ya se hallaba entrenado en el negocio caravanero, casó con una viuda rica, Jadicha, cuarentona, de la que tuvo varios hijos, sobreviviéndole tan sólo su hija Fátima, que casó con Alí. Del matrimonio del primo de Mahoma con su hija, surgiría la familia de los descendientes legítimos del profeta. “Abul Feda, príncipe de Hama a comienzos del siglo XIV, describe de este modo a Mahoma: era de talla mediana; tenía la cabeza grande y muy fuertes las manos y los pies; era de recios huesos y cuerpo vigoroso; su barba espesa, la piel color rosada, los ojos negros, muy agradable y noble rostro, lacio el cabello y el cuello blanco y terso como el marfil”.
A los treinta años de edad (601 d.C.) experimentó una crisis espiritual en la que “recibió” el Corán, tras visiones nocturnas en las que “la sabiduría eterna selló sus leyes” (Corán 44,3). El destino humano le preocupaba: “Los incrédulos dicen: sólo tenemos una muerte que sufrir y no resucitaremos” (Corán 44, 33 y 34). El pensamiento en el más allá motivó su conversión: “Acuérdate del nombre de tu Señor y sepárate de todos los demás, para entregarte por completo a Él” (Corán 73,8). “Él es el Señor del Oriente y Occidente; no hay más Dios que Él: tómale pues, oh Mahoma, por tu patrono” (Corán 73,9). Esta afirmación monoteísta y la creencia en la resurrección, que aparecen en el judaísmo y en el cristianismo, debían significar una ruptura con el pasado preislámico y erigirse en puntos clave de la nueva religión.
Cuando Mahoma, percatado de su misión, que creía inspirada por Dios a través del arcángel Gabriel, empezó a predicar en La Meca, chocó con la indiferencia de sus conciudadanos y muy pronto, con la oposición abierta de los ricos, a quienes molestaba su mensaje de justicia social. Alláh, clemente y misericordioso, le llevó durante la noche “al templo lejano de Jerusalén (la tercera ciudad santa de los islamitas), cuyo recinto bendijo para hacerle ver sus milagros” (Corán 17,1). Esta división debía reconfortarle, pero el número de prosélitos seguía siendo exiguo, reducido al círculo de sus parientes y amigos íntimos. Dos de éstos, Abu Bekr y Omar, espíritus resueltos, figuraban entre sus primeros seguidores.
Tras un intento de hacer conversos entre los habitantes de Taif, entró en contacto con árabes de Yatrib que le invitaron a ir a su ciudad. La Emigración o hégira de La Meca a Yatrib tuvo lugar el 16 de julio del año 622, fecha que señala el inicio del calendario musulmán. Mahoma contaba entonces cincuenta y un años de edad, e iba a cambiar de táctica. A la finalidad puramente espiritual de conversión de los árabes añadía el recurso bélico. Yatrib que sería desde ahora la “ciudad del profeta” (Madinat al-Nabi) o Medina, se convertiría en centro de sus operaciones. La “guerra santa” contra los mequeses infieles estuvo declarada cuando Mahoma hubo hecho los primeros prosélitos entre los medineses y obtenido la jefatura de la ciudad.
Los medineses le apoyaron con tesón. Mahoma procuró, de momento, contemporizar con los judíos, arbitrar entre las distintas tribus rivales y dar unidad al pueblo árabe, declarando el vínculo de la fe islámica superior al de la sangre.
El Islam se iba a convertir en una teocracia capaz de humillar a los infieles. Los joraichitas fueron los primeros en experimentarlo en Badr (624), dedicándose a preparar la revancha desde La Meca y logrando derrotar a los musulmanes en Uhud (625). Mahoma, herido en la refriega, se rehizo pronto y reavivó el ánimo de sus gentes lanzándolas a asaltar las caravanas mequesas. Beduinos del desierto y abisinios acudieron a la llamada de La Meca para aniquilar las huestes de Mahoma, bloqueándolas en Medina (627) durante un mes y retirándose más tarde sin haber pasado el foso que mandara construir el profeta para proteger la ciudad.
El fracaso de los atacantes permitió llegar a una avenencia con los poraichitas mequeses. Mahoma ensayó la vía diplomática y entró en tratos con La Meca, en espera de poder conquistarla. Casó incluso con Umm Habiba, hija de un joraichita notable, Abu Sufyan, y éste le facilitó la entrada en la ciudad (630). Dos años después de su retorno a La Meca, cuando contaba sesenta y uno de edad, el 8 de junio del 632, falleció el profeta en Medina. A su muerte, tan sólo la región del Hedjaz podía considerarse bastante islamizada. El espíritu tribal revivió. Los beduinos se separaron. La sucesión fue discutida, recayendo al fin en el padre de la favorita del profeta, Aicha, y amigo íntimo en los momentos duros de los comienzos de la predicación islámica: Abu Bekr, primer califa o vicario del profeta.

La doctrina predicada por Mahoma fue recogida en el Corán, libro sagrado de los musulmanes y en el conjunto de la Sunna o Tradición islamita. El Profeta no redactó obra alguna; se había limitado a predicar el Islam, religión nueva cuyo principio básico consiste en la sumisión plena a la voluntad de Alláh, el Dios único.
El Corán es para los musulmanes, además, el código moral, civil y penal. Los preceptos sociales de la ley coránica, regulan la alimentación, prohíben el uso del vino y el consumo de carne de cerdo, los juegos de azar, “la suerte de las flechas”, la caza en ciertas condiciones, etc. Fijan también la condición de la mujer, prescriben su conducta, reglamentan el matrimonio (se permite al musulmán tener cuatro esposas legítimas y las esclavas que pueda mantener), el adulterio, el repudio, etc. El conjunto de normas que Alláh estableció para la conducta de los creyentes constituye la Ley musulmana o Xaríah. La ley islámica es, pues, la expresión de la voluntad de Alláh y en consecuencia precisa sólo de intérprete y de ejecutor. Es ley revelada y Dios el único legislador.
Además del Corán, los islamitas sunnitas poseen en la “costumbre” o “tradición” (Sunna) una segunda fuente de la fe y de la ley. No siempre todos se hallan de acuerdo en su valor y en su interpretación, lo cual ha motivado distintas tendencias religiosas, desde el siglo I de la hégira (siglo VII-VIII de la era cristiana). La Sunna vino a completar y a explicar el Corán después de la muerte de Mahoma, pero en ocasiones se halló en aparente contradicción con las palabras del libro sagrado. Los testimonios de la vida de Mahoma, las prácticas religiosas de los “compañeros del Profeta” y su recuerdo ayudaron a precisar la reglamentación de la fe, que se fue elaborando en Medina durante los cuarenta primeros años de la hégira, a través del comentario vivo.
A su vez, los comentarios y narraciones, tendentes a precisar y valorar la Sunna, pasaron de boca en boca y en el siglo II de la hégira dieron lugar al florecimiento del Hadith, regalo piadoso, en general breve y concreto, en que se refieren hechos atribuidos al profeta y a sus compañeros. El proceso de transmisión de los hadith solía señalarse siempre cuando estos relatos se fijaban por escrito. Se consideraba importante este extremo, puesto que en los hadith se recogen sentencias de Mahoma y se precisan muchos aspectos íntimos de su vida y actuación (qué comía, cómo vestía, etc.). Las distintas facciones políticas los han aprovechado para sus conveniencias y por ello la crítica ha debido desplegar una actividad intensa, en busca de la autenticidad de estos hadith, para desenmascarar falsificaciones interesadas.

El Islam iba a triunfar sobre el paganismo de los árabes, asimilando en parte sus tradiciones y lograría una expansión rápida por Occidente y Oriente. Antes de examinar estos aspectos, no obstante, conviene que nos detengamos un poco en la esencia de su doctrina.
La profesión de fe resume la expresión de la fe islámica en la frase: “No hay más Dios que Alláh y Mahoma es su profeta”. El Corán la glosa así: “¡Oh fieles!, creed en Dios, en su Enviado, en el libro que Alláh envió a su profeta Mahoma y en las escrituras que envió antes. Pues el que no creyere en Dios, en sus ángeles, en sus libros, en sus profetas y en el juicio final, se halla en un error lejano de la verdad” (Cor., 4,135). El poderío de Dios es infinito (Cor., 11,4), pero “el Señor es el más equitativo de los jueces (Cor., 10,109), es clemente y misericordioso” (Cor., 10,107)
Pero, en la azora de la caridad añade: "¡Desgraciados de los que hacen la oración y la hacen con negligencia! O la hacen por ostentación, y se niegan a socorrer a sus semejantes": (Cor., 107, 4-7)
Uno de sus preceptos, es: “Cumplid la peregrinación a La Meca, por lo menos una vez a la vida, y la visita al Templo, en honor de Dios. Si tenéis impedimento, ofreced al menos un pequeño regalo. No afeitéis vuestras cabezas hasta que las víctimas hayan llegado al lugar donde deben ser inmoladas. Quien por enfermedad u otro accidente, se viera obligado a afeitarse antes de este momento, tendrá por expiación el ayuno, la limosna o la ofrenda. Cuando ya no tenga nada que temer, aquel que emprende el peregrinaje a La Meca, ofrecerá, después de haber visitado los santos lugares, tanto como su peculio le permita. Y quien nada pueda ofrecer, ayunará tres días durante el viaje y siete después de su regreso...La peregrinación se hará en los meses prescritos...Tomad provisiones para el viaje y sabed que la mejor provisión es la piedad...Cuando regreséis del monte Arafat, acordaos del Señor cerca del momento de Haram. Haced en seguida procesiones en los lugares donde los otros las hacen e implorad la clemencia del Señor”. (Cor., 2, 192-195).

El templo islámico o mezquita fue en los primeros tiempos un simple patio rectangular, a cielo abierto, cercado por un vallado de cañas o por cuatro paredes de arcilla. Pronto se le añadió una especie de techo periférico de hojas de palmera y barro, que más tarde se convertiría en un patio forticado. Un púlpito de madera (mimbar), más o menos sencillo, constituía todo el mobiliario.
En sus conquistas, los árabes entraron en contacto con pueblos de gran técnica arquitectónica y asimilaron elementos distintos (romanos, sirios, bizantinos, persas, hindúes, egipcios, etc.) que les permitieron crear sus obras de arte. Con el tiempo se convirtió la mezquita en edificio cubierto, con nicho de base semicircular o capilla (mihrab) en una de sus paredes para dar a conocer la dirección en que debían dirigirse las oraciones, con la fuente para abluciones y con el “minarete” o torre para que el almuédano pudiera anunciar a los creyentes las horas del rezo. El mihrab pasó a ser el lugar más respetado del templo, y el patio, se conservó en general, a modo de antesala. Las filigranas decorativas, inscripciones coránicas, cúpulas y columnas, cortinas, lámparas y esteras fueron los únicos adornos. El santuario de La Meca y la mezquita de Mahoma en Medina, sirvieron de modelos iniciales, pero luego se adaptaron tradiciones de los países conquistados, se aprovecharon templos de otras religiones o elementos de los mismos y las mezquitas pasaron a ser edificios grandiosos, bellos y decorativos.

Finalmente en este acotado resumen de la tradición islámica, me resta decirles que Mahoma promete a sus creyentes como recompensa futura, ultraterrena, el goce infinito en el Paraíso. “Aquellos que hagan oración, que sirvan y elogien al Señor, que le adoren, que ayunen, que ordenen la justicia, que prohíban el crimen y guarden los mandatos divinos, serán felices”. (Cor., 9,113) ¿En qué consistirá esta felicidad? “Estarán en posesión del Paraíso y gozarán eternamente”. (Cor., 2,72), “... vivirán en los jardines donde corren los arroyos. Cuando coman las frutas que allí crecen se dirán: he aquí las frutas de que nos nutríamos en la tierra; pero de las frutas terrestres sólo tendrán la apariencia. Y encontrarán allí las mujeres purificadas, las jóvenes huríes. Y su estancia en los jardines será eterna”. (Cor., 2,23), “y la paz será con ellos”.(Cor., 10,10)


Autora; Jaquelin Parada
Fuente: Cátedra de Filosofía II de UCASAL

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