Vuelve la geopolítica ¿vuelve el fascismo?
Por: Augusto Zamora R.
Poco se habla
hoy de geopolítica. Como parte del proceso de condena y demolición del nazismo,
al que estuvo tan vinculada, esta rama de investigación cayó en el mayor
descrédito. Cultivada con esmero en Alemania, su influencia se extendió a la Inglaterra imperial,
con Halford Mackinder como gran figura. La paternidad del término corresponde
al sueco pangermanista Rudolf Kjellen, primero en distinguir entre geopolítica
y geografía política. No obstante, sus raíces se remontan al siglo XVIII, hasta
un individuo singular, el barón Dietrich Heinrich von Bülow, fallecido en 1807
en una cárcel de Riga.
Bülow, oficial
prusiano de origen noble, abandonó el Ejército para participar en los avatares
de su época y luego se dedicó a oficios singulares para subsistir. En 1799
publicó su libro El espíritu del nuevo sistema de guerra, en el que sostenía
que, mientras hubiera algo que repartir o tomar, habría guerras. Distinguió
entre fronteras naturales y fronteras comerciales y afirmó que eran el pueblo
más el territorio lo que formaba el Estado moderno.Anticipó la unidad de
Alemania -entonces inimaginable- y sostuvo que, por la geografía del valle del
Mosa y las Ardenas, una Alemania unida, si controlaba Holanda, vencería
fácilmente a Francia atacando desde Bélgica. El plan seguido por Hitler en
1940.
Nuevo impulso
recibió de Karl Ritter, nacido en 1779, quien publicó 21 volúmenes de una
Geografía Comparada, en los que explicó la geografía como una «ciencia del
globo viviente». Tras la aparición de El origen de las especies, donde Darwin
relaciona el espacio físico con la evolución de los seres, el darwinismo fue
incorporado con rapidez al estudio de la geografía, pasando a considerarse al
Estado como entidad biológica. «Un gran espacio mantiene la vida», escribió el
geógrafo Ratzel. Estas serían las raíces del lebensraum o espacio vital
reclamado por el nazismo.
Ratzel, nacido
en 1844, fue discípulo del historiador Heinrich von Treitskchke, defensor de
crear un imperio colonial alemán y partidario de la guerra, a la que consideraba
«el único remedio para las naciones dolientes». Ratzel dio forma a las ideas de
la época, que propugnaban hacer de Alemania un poder mundial.«En toda época
-escribió Ratzel- sólo podemos llamar un poder mundial a aquel que está
fuertemente representado en todas las partes de la tierra, y especialmente en
todos los puntos críticos, por sus propias posesiones». Afirmó también que
«sólo hay espacio suficiente para un gran Estado». Esas tesis chocaron con un
prudente Bismarck, determinando su caída y el ascenso a la Cancillería de los
partidarios del imperio alemán. Kjellen, por su parte, sostenía en 1914 que
solamente el Estado que poseyera libertad de movimiento, cohesión interna y
espacio podía ser considerado gran potencia; «Los estados vitalmente fuertes
que posean sólo un espacio limitado se deben a sí mismos agrandar este espacio
por colonización, amalgamación o conquista». En 1914 propugnó una carrera
armamentista que diera a Alemania un poder formidable.«La guerra -dijo Kjellen-
es el laboratorio de la geopolítica y los Estados Mayores deben ser academias
de ciencias». Los geopolíticos alemanes abarcaron casi todos los ámbitos,
incluyendo la economía.Para ellos, una estructura económica con finalidades
estratégicas entrañaba, por sí misma, la necesidad de una política de
fuerza.Para Arthur Dix, «la guerra económica se libra incluso en tiempos de
paz». Para Kjellen, la economía «es la capacidad de un Estado para
alimentarse».
Pero la gran
figura de la geopolítica germana fue el general y doctor Karl Haushofer, autor
de numerosas obras y defensor del lebensraum. Para Haushofer, la Doctrina Monroe
era ejemplo conspicuo de geopolítica, de la misma forma que la teoría de
Mackinder resumía el dilema medular de la política mundial. Según Mackinder, el
poder marítimo era elemento esencial para alcanzar el dominio mundial, pero
necesitaba, en el siglo XX, de bases terrestres más amplias. En contraposición
al marítimo, el poder terrestre dependía del control de lo que llamó «el
corazón continental» o «región pivote» -el Asia Central-, que estaba rodeado
por la «isla mundial», formada por Eurasia y Africa. La región pivote era
inaccesible a la potencia marítima, pero no a la potencia terrestre, el imperio
ruso.
Mackinder temía
que Alemania pudiera acceder al «corazón continental» aliándose con Rusia, por
lo que creía primordial para Inglaterra impedir una alianza germano-rusa. Para
evitarlo había que crear estados tapón en la Europa oriental, que era la puerta al pivote
continental. Resumía Mackinder: «quien domine Europa oriental dominará el
corazón continental; quien domine el corazón dominará la isla mundial, quien
domine la isla mundial dominará el mundo».Según Walters, «la teoría del corazón
continental sigue siendo la primera premisa del pensamiento militar occidental».
Haushofer adaptó
la teoría de Mackinder a su idea de Alemania.Criticó duramente la creación de
una serie de pequeños estados tras la I Guerra Mundial por obstaculizar el acceso
alemán al «corazón continental». Defendió la autodeterminación que, según él,
debía aplicarse a los alemanes que vivían fuera de los límites de Alemania,
incluyendo a los de la URSS.
La Unión Soviética, que amenazaba a Alemania y Europa, debía
ser rota en sus partes, sustituyéndola por una serie de pequeños estados nacionales
y un único Estado ruso. Los pequeños estados debían ser incorporados al
territorio imperial de la
Gran Alemania , «desde el Elba hasta el Amur». Para Haushofer,
«corazón continental» y poder marítimo eran un todo y juzgaba a EEUU como el
único país fuera de Europa que aspiraba al poder mundial y que poseía todos los
atributos geopolíticos para lograrlo. De ahí su admiración por la Doctrina Monroe.
Un discípulo de Haushofer, Colin Ross, después de visitar EEUU en 1938, expresó
que EEUU era una potencia «predestinada a dominar el mundo una vez abrace con
fervor la política de fuerza».La teoría de Haushofer apuntaba a una dirección:
los estados nacionales serían cosa del pasado y el futuro pertenecía al Estado
gigante. Países seguirían existiendo, pero quien dominara la isla mundial
dominaría el mundo.
El pacto
germano-soviético de 1939 concitó la atención de la prensa mundial sobre
Haushofer, al considerarse dicho pacto un resultado de su visión geopolítica.
De igual forma, la agresión nazi contra la URSS se consideró su caída en desgracia.
Clausewitz había afirmado que la derrota de Napoleón se debió a su
imposibilidad de dominar la inmensidad rusa. Haushofer respetaba a Rusia, que,
a su juicio, conocía «la estrategia del espacio». Sostuvo que derrotar a la URSS requería una victoria
fulminante que impidiera su repliegue al interior. Alemania fue derrotada.
No pudieron las
tropas nazis dibujar el mapa geopolítico elaborado por Haushofer. Ese papel
corresponderá, paradójicamente, a la clase dirigente de la URSS. La demolición del
Estado soviético permitió la emancipación de los países del Pacto de
Varsovia.Como deseaban los geopolíticos del III Reich, la URSS se desmembró dando paso
a un Estado ruso y una pléyade de pequeños estados, entre ellos Ucrania, pieza
clave.
La agresión
contra Yugoslavia permitió ajustar las piezas del nuevo mapa europeo. Los
estados tapón se alinearon presurosamente con la OTAN , que establecía así una
frontera que pronto se extenderá plazo a los estados bálticos (¿y a Ucrania?). La
caída del último aliado de Rusia, el Gobierno de Milosevic, devolvió a la
devaluada potencia a la situación que existía en 1923, con el cordón sanitario
impuesto por Occidente. La ocupación de Afganistán posibilitó cerrar el
círculo. La triunfante potencia marítima controlaba el corazón continental y
resolvía la necesidad de poseer bases militares propias en Asia central. La
presencia militar norteamericana, hoy, incluye a varias repúblicas ex
soviéticas: Georgia, Tayikistán, Azerbaiyán... Como pedía Treitskchke, EEUU
tiene posesiones propias en todos los lugares estratégicos.
El sentimiento
de poder se ve reforzado por ciertas características propias de EEUU. Por una
parte, EEUU es un Estado-isla, separado por dos océanos del resto del mundo,
una característica que le asemeja a la Inglaterra imperial, cuya insularidad fue la base
material de su conversión en imperio. El aislamiento geográfico ha sustentado
las ideas aislacionistas, todavía vigentes en sectores relevantes. Esta
condición de Estado-isla se completa con la inexistencia de adversarios
continentales y por la extrema debilidad de sus vecinos. Tanto es así que sus
planes militares consideran a Canadá y México como parte del territorio
norteamericano.
La economía no
podía escapar al esquema. La agudización del proteccionismo y la entrega de
subsidios y generosos fondos, sobre todo al complejo militar-industrial, hace
recordar que la guerra económica se libra también en tiempos de paz. La guerra
actual se situaría en este ámbito, pues implica para EEUU dominar el petróleo,
es decir, la energía. Y el poder lo determina el control de la energía.
No paran ahí las
coincidencias. Tras el 11-S, el Gobierno de Bush ha situado a EEUU en la
condición de Estado doliente, que parece hallar en la guerra su único remedio.
Las soflamas políticas han cristalizado en la doctrina de la guerra preventiva,
un argumento invocado por Mussolini para justificar la agresión contra Etiopía
en 1935.
La nueva
doctrina apuesta por la supremacía de EEUU, para lo cual ha lanzado una carrera
armamentista que recuerda la planteada por Kjellen para garantizar la hegemonía
mundial alemana, como su fe en el dominio tecnológico recuerda al doctor
Vowinkel.El desprecio mal disimulado a la sociedad internacional lleva al
escenario pensado por Haushofer: un mundo sometido a un único super-Estado. Sus
advertencias, en fin, respecto a que se debe estar a favor o contra de EEUU,
recuerdan las tesis de Kjellen de que cualquier acto que se opusiera a los
designios de Alemania debía considerarse hostil.
En tiempos de
Bismarck, las fuerzas moderadas fueron desbordadas por militaristas convencidos
del poder y el destino manifiesto de Alemania. Tal ocurre en EEUU, donde ocupa
el poder un sector extremista que pretende imponer un imperio mundial bajo
égida norteamericana, sin medir cabalmente, como no midieron teóricos e
imperialistas alemanes, que en un mundo interdependiente los afanes imperiales
suelen desembocar en desastre, incluyendo el del propio país. Los sueños de
dominio mundial suelen acabar en catástrofe. Fracasaron Carlos V y Felipe II y
arruinaron a España. Fracasó Napoleón y arrastró a Francia. Hitler fue una
tragedia, sobre todo para Alemania. Los costos de cada intento han sido cada
vez mayores para la
Humanidad. De esa realidad pocos sacan cuentas. Del fascismo
que asoma con furia tampoco.Está dicho. Lo único que enseña la Historia es que la Historia no enseña nada.
Augusto Zamora
R. es profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en
la Universidad
Autónoma de Madrid.
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